La amorosa Ely

Recluida en la mugrienta celda, Elisa no logra entender cómo su amada sobrina la miraba con tanto odio, a ella, que con el máximo altruísmo hubiera hecho hasta lo más insólito por las personas que amaba.

Esto no puede estar pasando, mientras tira de sus largas trenzas autocastigándose.

Raquel, su pequeña y adorada sobrina la había mirado con los ojos inyectados de odio, fue ella misma quien la puso ante el tribunal, con sus acusaciones, abonando la posterior condena.

Aunque ese suceso fue el último vivido en libertad, Elisa prefiere distraerse recordando cuando salían de paseo.

La niña era un prodigio para la señorita Elisa. Sin hablar, se hacía entender de inmediato. Por eso supo por ejemplo, de inmediato, que debía comprarle los zapatos rojos de la vitrina, en los que la beba de un año fijó la mirada desde su coche de paseo.

En el pueblo había muchos rumores de que esa mujer hacía brujería, algo no estaba bien con ella. Trataban de evitarla.

-¡que incomprensible! Ella solo trataba de ayudar. Pero Elisa estaba equivocada, creía que además de decidir mentalmente quien vive y quién no, también tenía el poder de leer las mentes actuando en consecuencia.

Por suerte pensaba, era cauta y humilde, no abusaba de su condición ni comentaba con nadie, para no hacer alarde, claro.

Muchas veces se sintió incomprendida. ¡Que grande y horrible fue su sorpresa al encontrar a su querida amiga Marta, hace unos años ya, llorando amargamente sobre el pequeño ataúd blanco. ¡Tantas veces la había visto zamarrear al pequeño travieso!, Te voy a matar le decía mientras le arrojaba las chancletas a la vez que barría las cáscaras y el líquido pegajoso de los huevos estrellados sobre el piso recién lavado.

Ese acontecimiento la hizo parar por un tiempo y se mandó a reflexionar. - ¡a veces las personas no saben lo que quieren!

Y ella que creyó que Marta volvería a los bailes y los paseos, pero Marta no volvió a sonreír...

Ni que hablar de los muchos viejos que gozaban de buena salud y así como asi aparecían muertos sin causa aparente. Que otro motivo es necesario que oírlos decir- mi hijo hace tanto que no lo veo, ¿Para qué vivir así?; - mi único amor ya partió, ¿Que hago en este mundo?

Y allí intervenía ella, Eli, cumpliéndoles dedicadamente sus deseos.

Pero nadie la trató con tanta crueldad como su pequeña Raquel. Resulta que su niña y su amiga Paula jugaron a las figuritas, esas de brillantes, poniendolas en un libro para adivinar si estaban cara o seca, ¿recuerdan? la que adivina se las lleva, pero esta vez fueron más lejos, la que gana se lleva por una semana la muñeca preferida de la otra, así fue que Raquel llevaba llorando cuatro noches seguidas por extrañar a su hermosa Paquita a la hora de dormir.

Elisa reconoció que era su momento de actuar, al quinto día con una sonrisa le entregó a su nenita la preciosa descolorida muñeca,  mientras en el pueblo ya circulaba el oscuro anuncio de la muerte de la niña Paula


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