Teresa Gatichaves

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#PoemasRoxanaBogacz

Teresa siente que su corazón va a estallar. Parece no caberle en su cuerpo, menudo y huesudo.
Hoy es su último día en la gran tienda en la que trabaja. Es muy señorial, con sus mostradores cargados con perfumes y cosméticos importados que solo las mujeres de la crem pueden comprar. Las jovencitas no. La tienda que todos llaman Gatichaves tiene unos treinta años en el mercado, ella entró para la inauguración y su público a envejecido junto con ella. 
Teresa nunca llegó tarde salvo por algún tema de tránsito, a veces el puente sobre el Riachuelo está levantado y hay que esperar, por el resto su vida es tan monótona que no sabe de trasnochadas o de quedarse dormida. 
Hoy por última vez se viste el uniforme y se instala en su jaula de lujo. Todo el día subiendo y bajando, un mismo discurso durante treinta años: - completo, ya vuelvo a buscarla, buen día, buenas tardes. 
Solo se entera cómo está el clima si llegan con paraguas o parasoles, guantes con tocados o zapatitos blancos. A veces esas mujeres huelen tan intensamente que siente un leve mareo, por suerte el ascensor es bastante ventilado.
Hoy es su último día y por las dudas tiene en su cartera un pequeño discurso de despedida como le sugirió su madre.
Todavía recuerda que consiguió el puesto, por tener el secundario completo con muy buenas notas y dominio de inglés. Nadie imaginó que de tantos puestos le asignarían el de ascensorista, pero al llegar a su casa jamás le dijo a su familia, gente pobre, con oficios rústicos, tenían todo su orgullo y espectativa en ella, la bachiller. 
Esta tarde acaricia con más frecuencia su collar de imitación de perlas, su sedosidad la tranquiliza.
Llegó la hora de salida, dejó el uniforme y escucha que la llaman desde la oficina de personal, la empleada ya más moderna que las de antes le entrega un sobre con un cheque diciéndole, :-un pequeño reconocimiento por sus años de trabajo, ah si quiere puede llevarse el uniforme, mucha suerte.
Teresa se siente aliviada, no le gustan las despedidas ni ser el centro de atención.
Sale por Florida hasta Avenida Córdoba, se demora en los negocios harto conocidos. Se mira en las vidrieras, tiene que llegar un poco más tarde a su casa en Wilde. 
Por suerte ahora las calles de su barrio ya son asfaltadas, cuando ella comenzó en su primer y único trabajo llevaba un paño para limpiar sus zapatos al subir al colectivo.
Mañana será una jubilada más, no sé preparó para esta nueva etapa e imagina que se convertirá en la hija soltera que se encargará de cuidar a su madre y no mucho más, pero aún tiene que terminar el día de hoy.
Baja del colectivo por adelante como se acostumbra, saluda al chófer que la trajo casi todos los días de estos últimos años.
No quiere llegar, no quiere seguir siendo una impostora. Abre la puerta y la reciben entusiasmados su madre ,sus hermanos que vinieron especialmente, algún vecino.
Teresa saluda traga saliva y cuenta: -La despedida fue muy emotiva, algunos hasta dejaron caer algunas lágrimas, me pidieron que deje mi teléfono por si necesitan consultarme algo. Estaban apenados por mi decisión, necesitarán más de una persona para reemplazarme. Por un tiempo-continúa -tendré que ir los miércoles a entrenar a los nuevos. Mientras piensa, ¿los miércoles hay mitad de precio en los cines?
Todos la miran embelesados y ella miente, como siempre desde hace treinta años, para hacerlos felices y porque no caben tantos años en ese saludo de "Buena suerte"

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