Mundial día XI

 Nostalgia

En los primeros días de octubre algo cambió en el carácter de Mirta.

Lloraba bastante seguido, a solas, por supuesto.

Se sentía algo frustrada, el felices por siempre, paulatinamente se convertía en otro día igual, y el príncipe azul iba destiñendo a celeste plebeyo.

Todos los días calcados, levantarse temprano para desayunar con Carlos a las seis y media, acostarse un rato más, limpiar, cocinar, llamar a su madre por teléfono.

Todos ejerciendo sus tareas, todas importantes o al menos más importantes que pasar la aspiradora, pasar un plumero, estirar la cama, planificar el almuerzo, bañarse.

Aunque pocos kilómetros la separan de Quilmes, no se le cruza la idea de tomar un colectivo e ir a visitar a sus amigas o a su familia, volvería más tarde que Carlos y ella eso no lo concibe.

Hacia afuera, siempre sonríe. Demostrar tristeza sería como haber fallado.

¿Qué la pone tan melancólica?

¡Tiene que descifrarlo!

Su departamento es precioso, luminoso, a estrenar.

Dos dormitorios, una habitación de servicio, tres baños, mucho para limpiar.

En algunos lugares un timbre que suena allí, en las dependencias, esto le trajo algún dolor de cabeza, cuando vinieron a visitarla sus excompañeros, la tildaron de explotadora, cómo si ella se hubiese ocupado de instalar semejante cosa, de hecho nunca lo usó,  un portero eléctrico con televisor que para la década de los setenta era muy poco frecuente.

No abre ninguna ventana, el ruido le resulta insoportable, es que todo el tránsito pesado de la  avenida Mitre  gira obligado por Doce de Octubre, para cruzar a capital por el puente de Dock Sud, tan distinto esa zona de Avellaneda del barrio de Bernal, de casas bajas donde nació y se crió hasta convertirse en señora de Quiñones.

Recapitulando, levantarse desayunar con Carlos acostarse, un rato más pasar la aspiradora, el plumero, estirar la cama, planchar, las compras las  hace él, Mirta casi no maneja dinero.

El sexo, lícito, con libreta roja, nunca antes ejercido, no tiene los fuegos artificiales que imaginaba, no es mala la relación, sólo absolutamente predecible.

En estos ocho meses desde la boda nunca estuvo tan llorona, no hay una explicación, puede que la vida del felices por siempre y el príncipe azul no sea tal como suponía, pero es simple, tranquila. Su marido la adora.

Sale a dar una vuelta, unas pocas cuadras y empieza a cruzarse con los escolares con sus delantales blancos algunos, con uniformes otros, hasta que aparecen los de quinto, tumultuosos, felices, con escudos de paño plastificados, egresados 1973 resalta en el texto, buzos anudados en el cuello, polleras acortadas por el cinturón, en sus caras se refleja la alegría, confían en el futuro, no tienen preocupaciones, sueñan con el viaje a Bariloche, el príncipe azul, el felices por siempre, como ella, tan solo un año antes, cuando en quinto año, todos los quintos hicieron una ronda a su alrededor como despedida de soltera.

Recuerda que entonces alguna le preguntó si no le apenaba perder su libertad y ella, Mirta  adiestrada a decir siempre lo conveniente contestó, elijo libremente casarme. Tenía solo diecisiete entonces. Su padre, tuvo que firmar por ella. Su padre que cuando ella le pidió de postergar un poco la fecha, no la escuchó



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