Mundial III

 Corría el año 2002, lo recuerdo muy bien.

El 2001 se terminó con un presidente dejando su puesto , partiendo en un helicóptero y en lo personal fue un año movidito como corresponde para estrenar un nuevo milenio.

Batiendo a duelo a mi natural costumbre de improvisar a último momento todo y luego sentirme mal, o no a la altura de los acontecimientos, esta vez preferí prepararme con suficiente tiempo.

Pero vayamos por partes.

Ese año, mi hijo menor Matías cumplió su mayoría de edad y yo sentí un alivio, haber criado sola a tres niños creí que no me había resultado pesado, hasta que el paso a la mayoría de edad del último, me demostró que no era así, ser padre o madre sin repuesto (soy viuda) es una enorme responsabilidad.

Me encontraba disfrutando de mi nueva etapa legal, cuando en una misma semana un tsunami tocó mi vida. Dos notas de distintos laboratorios vinieron a poner mi mundo de cabeza.

Una me notificaba que me convertiría en abuela, sí,  mi primer nieto estaba en camino, sería abuela a los  cuarenta y cinco años, la otra nota me anunciaba un diagnóstico, tenía cáncer, un tipo de humor que se trata pero en aquel momento no tenía cura y que implicaba un tratamiento muy muy fuerte.

Durísimo, quería llegar a conocer a ese bebé y quería curarme.

Pero volviendo al principio, ni bien recibí la invitación del casamiento de Romi, comencé a ocuparme de homenajearla lo mejor vestida posible, regalo no llevaría a pesar de que éramos cuatro los invitados, y una novia muy querida, mi finanzas no me lo permitían. 

Peor era no asistir.

Ninguno de mis vestidos de fiesta me servía, las secuelas del tratamiento con corticoides me convirtieron en un globo, ni el vestido rojo, ni el mono celeste. Tampoco fue fácil conseguir prestado, a mí ya enorme figura habitual se sumaban muchos centímetros por el tratamiento con corticoides. Por suerte una compañera de la oficina me prestó un hermoso vestido. 

Me veía muy bien.

Tema solucionado.

Romina es muy amiga de mis hijos. Vivía dos pisos más abajo en el mismo edificio y de chicos colgaban un aro de soga como una roldana con broches,  de ventana a ventana y  mandaban notas y algún juguete liviano de una familia a la otra, hermosos recuerdos.

 Los papás de Romi son familia y amigos, era una hermosa ocasión para compartir y celebrar.

Cuatrocientos invitados, cincuenta mesas de ocho personas, enorme y lujoso festejo.

Cuando llegamos mis hijos hacían bromas, seguro que hoy conseguís novio.

No soy muy afecta a los grandes eventos, pero allí estaba feliz de haber superado la enfermedad y orgullosa de ser la abuela más joven.

Desde lejos entre la gente ví a Raquel, una amiga de juventud, qué alegría, pero  a pesar que venía directo a saludarme dió media vuelta y se fué. 

¡Qué extraño!

Fuimos ocupando nuestro lugares señalados con souvenirs con nuestros nombres, todo cuidadosamente organizado, cuando una de las señoras que ya estaba ubicada me vió,  se paró rápidamente y se cubrió completamente con un enorme chall.

Resumiendo, Raquel, esta mujer y yo lucíamos el mismo vestido, exacto, dos en la misma mesa.

Me ruboricé cual pecadora descubierta y luego estallé en carcajadas. 

Bailé toda la noche, sin parar, las otras dos se quedaron casi ocultas. 

Celebrar la vida y la amistad para mí fue más importante que todo el resto.

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