Mundial VI

 Recreaciones con maquillaje


Cada vez que se cuenta una vida se recrea y se refuerzan detalles y se olvidan otros, algunos hasta llegan a ser ajenos tanto para el protagonista como para el relator.

Contar a Misty es un relato con maquillaje obligado, labios con perfil tatuado de color fuxia sombra verde o a tono con su ropa en el párpado superior, y algo de dorado en el inferior, quizás es imperioso hablar de esto porque jamás la ví a cara lavada, ni siquiera tempranisisimo, ni siquiera estando por entrar a un quirófano.

Acostumbrada a brillar en donde se presentara, su estatura imponente, casi masculina,  su vestuario multicolor, estridente, collares, ¡los anillos!, la ferretería como dice Ana, la profesora de yoga - quien dejó aquí la ferretería, aunque no parezca, por estos detalle, una mujer muy elegante.

Cada dedo adornado con  un anillo, así como lo oyen, hasta en el pulgar.

En verano, una tobillera.

Nada le importa a Misty las miradas que comparan su atuendo con sus casi setenta años, entonces, cuando nos conocimos.

Ella está más allá de los comentarios 

A juzgar por su presente, para ella vivir no tiene mucho sentido.

No encaja ese pensamiento justamente con esta mujer  tan intensa, hasta su piel es intensamente delicada, cómo de un bebé, suele decir,su extrema tibieza, su solidaridad incondicional, jamás podría pasar inadvertida.

Tan valiosa para todos, menos para ella misma.

Nos conocimos en las reuniones de Sin Pucho, por aquel entonces yo me decidí a participar porque un compañero de trabajo, me entrego un volante y como quedaba cerca de mi nuevo domicilio, tomé el impulso, más que para abandonar a mis casi sesenta puchos diarios, mi intención era conocer gente, y si fuera algún hombre suelto mejor.

Ninguna intención de otra cosa.

Sin Pucho se encontraba por aquel entonces en la calle Tucumán a metros de Mario Bravo, había  reuniones de lunes a sábado, allí aprendí a hablar sin fumar, y a callar también sin fumar, a escuchar.

Observando a unos y a otros, esperaba ansiosamente que terminen los noventa minutos y huir para que nadie me viera volver a encender.

Misty había dejado unos meses antes, cuando le tocó el turno de dar su testimonio, estiró un poco la pierna cruzada, tiró la cabeza algo hacia atrás y al costado, y su mano engalanada de pulseras y anillos que tintineaban comenzaron a moverse aristocráticamente, era fácil imaginar el humo saliendo de su boca, visualizar el cigarrillo en su mano, hablaba de los beneficios de haber dejado de fumar, - si ya sé, ya sé, de algo hay que morir, pero no hay garantía, quizás te quedas para mítico o con una mochila de oxígeno- y siguió ejemplificando. 

Esa noche dejé para siempre a mi inútil e idealizado compañero pero aprendí que cuando Misty, comienza a estirarse y a fumar sin fumar algo interesante está por contar.

A veces, paso a visitarla, vive en la zona del Congreso. Vive, protestando por todo, por las marchas y manifestaciones constantes. Por su sordera, por su soledad, miento, también me cuenta asombrada, lo amable que es la gente con una persona discapacitada, como ella se autopercibe, cuando la ven que necesita cruzar, o atarse el cordón de un zapato, siempre alguien se ofrece a colaborar. Difícil vislumbrar en esa sombra a esa mujer que coordinaba los grupos tan amenamente, casi nada de aquélla asoma Salvo cuando comienza a recordar algo placentero en qué estira su pierna derecha cruzada sobre la otra, se frota las manos y comienza a disfrutar su cigarrillo imaginario.




Comentarios

Entradas populares de este blog

De besos

¿Cuando?

Herida