Mundial VII

 Corría el año 1971. Yo me había cambiado de escuela, ahora integraba la muy querida escuela Normal Mixta de Quilmes.

Mi intención era conocer materias como filosofía y psicología, que por supuesto el Colegio Comercial "de Botaro" ,cómo lo llamábamos por su director, no dictaba.

 Ya estaba de novia a mis quince y aunque parecía muy sumisa, mi rebeldía existía, aunque no generaba confrontación con mis padres, en parte porque algunas como fumar cigarrillo 43/70 negros ocurría fuera de su órbita, los comprabamos sueltos en la esquina de la escuela o, en alguna salida por paquete, que luego arrojabamos por la ventanilla del colectivo, antes de llegar a casa. A pesar de que ellos, mis viejos, no fumaban, nunca se percataron del olor de mi ropa. Otras manifestaciones de provocación eran mis polleras, muy cortitas, pero me las cosía mi mamá, así que no podía oponerse, creo que en parte realizaba en mi, su deseo de usarlas y en parte accedía ya que había superado una parálisis de crecimiento en mi pierna izquierda que no dejó secuelas. No son polleras, son cinturones anchos decían algunos, refiriéndose a las minifaldas.
Mi hermano aclaraba, yo voy con ella pero si le dicen algo yo no la conozco.
 Desde el primer día de clases me hice amiga de Claudina, que era otra que aterrizaba sin conocer a nadie de esta división. A ver, explico, en cuarto año se separaba el alumnado por especialidad elegida y si te daba el promedio, podía elegir, si no, pasabas a una segunda opción, el nuestro era el curso de notas mas altas y curiosamente, era bachillerato a secas, existía la especialidad de biología y supongo de ciencias ya no recuerdo.
 Éramos casi cuarenta, sólo seis varones de los cuales uno era Luis, enorme como un ropero y dos muy churros así decíamos entonces, muy potros, dirían hoy, Claudio y Esteban. Muchos venían juntos desde el jardín, la primaria o desde años anteriores, pero Claudina y yo nada. Sí me reencontré con tres chicas de la primaria, Noemí, Mabel y Cris.
Había simultáneamente diferente formas de agruparnos, las gimnastas, las que estábamos de novias, las de la cole, en fin para cada gusto y ocasión.
 El primer día, durante el primer recreo mi flamante amiga se paró sobre un pupitre y empezó a dar un discurso que no recuerdo el contenido pero sí que fue muy fogoso. Como siempre pasa, al no conocer al resto, nos elegimos como compañeras de banco. Compartíamos la pasión por la lectura, mis libros eran leídos a escondidas, en su casa, y guardados bajo el colchón, no estaban permitidos ni Simone de Beauvoir, ni Sartre, y no recuerdo si otros como Kafka, en esa familia. De esta prohibición me enteré mucho después, casi cuarenta años después. Un día cuando fui a visitarla por primera vez, miré su hermosa casa estilo americano, desde la vereda, con un jardín prolijo dividido por un caminito que se extendía entre la cerca y la casa propiamente dicha. Ninguna reja ni calcos diciendo "casa protegida", otra época. Crucé la primera entrada ya que la puerta se encontraba abierta y mientras llegaba a la pared donde se ubicaba el timbre, me sorprendió una mujer vociferando: _¡ya verás! Ya verás cuando cuando llegue tu padre! ¿Para que querés ropa nueva? ¿Para ser más puta todavía, cómo esas amigas nuevas que tenés? Putas. Algo voló por el aire y cayó haciendo un ruido sordo, una revista, un libro o una caja de cartón, no lo sé _¡Basta mamá, basta, no puedo seguir con estos pantalones viejos, desteñidos, me quedan cortos además! Me fui retirando despacio, sin ser vista, me alejé hasta la esquina y volví, toque el timbre. La misma voz de la madre, ahora almibarada decía:_ querida, llegó tu amiguita. _Ya voy mami -contestó Claudina y abrieron la puerta. Pura sonrisa, la madre apoyando su mano amorosamente en el hombro de mi amiga. Los pisos encerados, ni una partícula de polvo en los muebles, un long play sonando, ricas masitas para el té, nada pudo ocultar los ojos enrojecidos ni la marca de una cachetada en la mejilla de la chica. Estudiamos durante toda la tarde sin que su madre nos dejara a solas. No hablamos de qué sucedió, ni entonces ni nunca. Claudina intuía que yo sabía, la madre creía que yo sabía. El tiempo nos fue  distanciando, ella a pesar de todo se convirtió en una profesional exitosa, eso sí en otro continente, muy lejos de esa jaula dorada donde creció siendo parte de una llamada familia feliz _

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