Caos

 Sucho, René en el documento, subió a su automóvil y se puso en modo automático.


Nada más efectivo para este cirujano cardiovascular que preservar hasta los más mínimos detalles de su rutina, cómo preparación para enfrentar todo lo inesperado que puede surgir en el quirófano.


Estiró la media derecha, que se había retorcido incómodamente en su zapato de suela de goma, abrochó su cinturón de seguridad que en su idioma le viene advirtiendo de su aumento de peso, encendió el reproductor de música, el mismo tema, siempre el mismo para empezar el día, casi un mantra.


Acaricia a su compañero fiel ubicado en el  asiento a su derecha, su maletín, objeto de bromas, ya que es viejo, simple y está algo descolorido.


El recorrido es el de siempre, el horario no. 


Esta cirugía, será monitoreada en forma remota y transmitida a varios centros de salud en distintas latitudes. No es que sea la primera vez que se realiza, pero aún sigue siendo de mucho interés.


Mientras avanza por Panamericana repasa listas y listas mentales. 


La familia del paciente. La urgencia del caso, la implementación de un bono para poder solventar los gastos y Luca, su pacientito. Algunos insisten en mantener la distancia de los sujetos a operar, él, Sucho no puede, sabe su edad, a qué le gusta jugar, quien es su mejor amigo, su color favorito, el nombre de su mascota.


Luego le toca repasar la lista de profesionales, la jefa de instrumentadoras, Sandra, el anestesiólogo Silvio, su amigo desde la facultad. Si como siempre, hay equipo, SSS, su seguro servidor, ríen cuando se encuentran.


Mientras avanza por una misteriosa Buenos Aires, a esta hora, todo es distinto. Se desliza la canción de Freddy Mercury que va inyectando un poco de energía a su organismo, desemboca en la Avenida 9 de Julio. 


Observa la gente disfrutando en los restaurantes de la Recoba, chicos uniformados del Lenguitas fumando en la calle y el tránsito que se ralentiza.


El celular, no para de avisar que tiene mensajes, no piensa atender. Nada perturbará su premeditada paz.


Desde lejos se ve el edificio del Ministerio  Obras Públicas, la cara de Evita está seria, de este lado, del otro sonríe, el otro es el Sur, los obreros, el pueblo.


El tránsito quedó detenido definitivamente.


Él, de todos modos salió con mucha anticipación. 


Ahora ya es imposible ignorar el teléfono, observa la pantalla, luces verdes incontables, el grupo de whatsapp profesional, supera los cincuenta mensajes, muchos llamadas perdidas,  siempre que maneja su Xiaomi está silenciado.


Reproduce los audios: _ Carajo, te dije que uses el Weiss, _es la dulce e inconfundible voz de Silvio. En el siguiente: _diecisiete cortes programados hoy en CABA. 


Sucho abre la ventana, agita un guardapolvo blanco mientras toca la bocina cual barra brava, reproduce un interminable rosario de improperios que ignoraba conocer.


Un grupo se viene acercando, amenazan con darle vuelta su auto. ¿Quién va creer que es un cirujano ilustre?. Nada lo indica.


Piensa en Luca, en su mamá que hace una semana que no duerme, se culpa de su poca adaptación a las nuevas tecnologías vehiculares, se baja del auto, se pone el delantal, toma el portafolio, saca un bisturí, viejo, desafilado, que no es más que una amuleto, camina entre el tránsito. Al fin ve lo que busca, un motociclista, le pincha levemente el cuello y le ordena: al sanatorio Güemes, sin respetar semáforos ni retenes.


Roxana Bogacz

Ficción de un hecho real

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