Epígrafe de Santiago Venturini


 ME ASUSTA ABRIR A VECES UNOS OJOS EN BLANCO


ALGUNAS NOCHES ACOSTADO BAJO EL DIBUJO QUE LAS LUCES HACEN SOBRE EL TECHO


Santiago Venturini



Poco quedaba de la estelar vida de Stella, no por la edad, esto es lo que ella creyó que pasaría al cumplir los sesenta y cinco, pero fue otra cosa, algo absolutamente inesperado, que se cruzó en su camino y en el de casi todos los seres vivos del planeta.

Stella, dejó el cine, el teatro, los viajes, la milonga, las charlas de café con grupos de gente amiga, cómo en "Casa tomada"  poco a poco fue cediendo espacios hasta quedar ella misma ajena a sus hábitos más sociales.

Una de las pocas actividades que aún podía disfrutar eran las caminatas en las cuales además de despejarse tomaba fotografías.

No era que saliera sin un destino, solo por andar, con el calor reinante no se le daba andar espontáneamente, pero cuando tenía que hacer alguna diligencia, cómo una visita médica, o retirar alguna compra online etc, inventaba un nuevo recorrido de regreso a su casa.

Después de la extracción de sangre, salió del laboratorio con un caramelo ácido en la boca y buscó dónde desayunar.

El primer café estaba cerrado, abriría en media hora, una eternidad estando en ayunas, cruzó la calle Rosario, luego la Avda Rivadavia y entró a "El Greco". Para su gusto, el mozo demoró demasiado en traer el pedido, pero, resultó muy abundante, así que guardó la mitad en servilletas para dársela a algún indigente.

Al salir, vio a un hombre joven vestido con harapos de invierno, le ofreció las masitas pero no las aceptó.

Siguió caminando y dos cuadras después en una ochava vió a dos muchachos jóvenes, uno con el pelo teñido color zanahoria durmiendo en colchones ubicados en ángulo, en el vértice las cabezas, se acercó y sin despertarlos les dejo el paquetito.

Un cóctel de amor, impotencia y dolor le embriagó el alma. 

Quizás por esto es que este día además de fotografías de puertas antiguas, balcones y faroles volvió a fotografiar a "los sin techo".

Observó que la mayoría se acomoda en los frentes de los bancos y en los espacios de los cajeros automáticos, los pobres no asilados en las veredas dónde se guarda el metálico.

Lo que parecía un conjunto de bolsas negras de basura era en realidad un hombre protegiéndose con plásticos. Justo a esa misma altura, en la vereda de enfrente de la avenida, en otro banco, un grupo de mujeres dormía sin que el sol las despertara.

¿ Cómo llegó a esto Buenos Aires? se preguntó Stella.

Junto a una vidriera otro hombre dormía, tapado por una manta, Stella se acercó a ver las sandalias expuestas en el negocio y desde este otro ángulo vio que el hombre dormía con los ojos abiertos y en blanco.

¿Duerme? o está muerto se preguntó sobresaltada. Miró a su alrededor buscando un policía y no encontró a ninguno, quizás fuera mejor, recordó cuando llamó a uno, hace un tiempo, porque una pareja estaba peleando e insultándose y cuando se acercó el oficial lo echaron gritándole que no se metiera en su vida privada, tirando trompadas al aire.

También observó algunos colchones ya libres con las mantas bien dobladas, más prolijas que como había dejado ella su propia cama, no siempre vivieron en la calle.

¡Cuánto más fácil es sacar fotos bonitas y anestesiar el corazón!, pensó al poner la llave en la puerta de su cómodo departamento. 

Roxana Bogacz

#PoemasRoxanaBogacz 


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