LAS PUERTAS VERDES MÁGICAS. ( Cuento)


Aún hoy, después de sesenta y dos años recuerdo aquel glorioso día en que atravesé ese par de puertas de brillante chapa verde intenso.

El edificio me resultaba familiar, sobre el lado izquierdo la construcción, sobre el derecho el pasto bien cuidado y oliendo a recién cortado, fresco y en el centro un patio pasillo de piso damero negro y gris.

Había estado allí acompañando a mis hermanos mayores en actos escolares, cumpleaños, pero ese día, ese día yo me convertí en alumna por primera vez.

Vestía un guardapolvo con tres tablas en el frente, medias tres cuarto y vincha de stretch todo blanco y zapatos Guillermina de cuero marrón, abrochado con un botón que me encantaba, todo impecable. Recién estrenado.

La vincha resaltaba mi carita redonda y me hacía ver más polaquita aún de lo que ya era. Esa cinta tenía vida propia, durante las tardes se iba deslizando hasta caerse en cualquier parte y cada día, antes de salir de casa, desaparecía justo a la hora de peinarme.

Era una tarde preciosa, soleada, al atravesar el umbral la señorita Tamara nos esperaba con una sonrisa y nos daba un beso mientras nos tocaba el hombro, ella también con delantal. 

Del otro lado del pórtico todos cambiaban.

Gracias, si debería redactarlo mejor, se mostraban orgullosos de su hermanita, y me cuidaban, yo sabía que si estában cerca nada malo podía pasarme. Eran mis héroes además eran los mismos pero eran otros, , ahí no recitaban sin parar:_ "el aire es gratis, yo no te toco ni te molesto", cómo en casa para fastidiarme yo no les clavaba las uñas que parecían crecer acordé al tamaño de mi fastidio.

Los alumnos parecíamos una familia muy grande con muchos primos.

Desde el primer día, nos cambiaron los nombres por otros en idish, porque era una escuela judía y los nuevos terminaban casi todos en "ele" RUJELE, MIRELE, SHEINELE, no lo sabíamos, pero esa terminación era un diminutivo, que a mí me sonaba a pertenencia, a atributo tribal.

Mis mejores amigas de entonces eran Raquel (Rojele)  e Irma ( Frimele).

A principio de año hubo una reunión de padres, yo creo que fue de noche, ellos en las aulas y nosotros jugando a la rayuela y a saltar la soga.

Cuando terminó la reunión, mi mamá Berta salió del aula y llevaba de la mano a otra señora, Clara, la mamá de Irma y nos contaron que habían Sido amigas de pequeñas y que la vida las fue separando, cambiaron los apellidos por los de casadas, se mudaron y esa noche se volvieron a encontrar por primera vez.

Verlas juntas y emocionadas me terminó de demostrar que detrás de esas puertas la magia existía.

Es uno de los recuerdos más hermosos de mi infancia. El tiempo se detuvo, cómo en una película de Disney, yo escuché música y Vi brillitos, eran dos hadas madrinas para mí. 

Desde entonces adoré a Clara, pura dulzura, tiene un lugar de privilegio en mi corazón.

Roxana Bogacz.

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