Pequeños milagros cotidianos


 ¿Pequeños milagros cotidianos?


Saludo a Catalina, la recepcionista—¿todo bien?.

—Bien me contesta- mirando por encima de sus pequeñas gafas, sin marco, antes de despedirnos.

Este es nuestro ritual desde hace ya unos meses, cuando me ví obligado a internar a mi padre.

—Me alegro, nos vemos el jueves, y Catalina que tiene todo cronometrado me pregunta —¿Cambio de día? Y sin esperar respuesta continúa, —tendrá oportunidad de conocer al nuevo terapeuta, está creando un muy buen vínculo con su padre.

—Vendré a celebrar con él mi cumpleaños, no coma postre que traigo una torta riquísima.

Me sorprende agradablemente aunque dudo de que sea posible un vínculo con mi viejito.

Mi nombre es Ernesto. Hace un tiempo, no mucho, con gran tristeza tuve que internar a mi viejo, Carlos, luego del episodio de  aquel domingo a la mañana. Yo me había quedado a dormir en su casa, ya que la persona que lo asistía se tomó descanso, el timbre sonó insistentemente, me levanté apurado, respiré profundo para ubicarme y fui al portero eléctrico, una voz desconocida me comunica que trae a mi padre de regreso.

Mi asombro, vergüenza y culpa al verlo desnudo en la vereda, con los labios azulados de frío, acompañado por el chico de la panadería que lo reconoció y lo trajo como pudo. Me sentí desconsolado.

No hubo otra opción.

Desde entonces, lo visito tres veces por semana, es como visitarme a mi mismo, no me reconoce, aunque a veces una expresión más dulce y alegre cruza su rostro unos segundos.

Es muy difícil estando ahí, ver en él al profesor de bridge, al pianista, al hombre que es o debería decir ¿Fue? y que consta en diplomas, trofeos y fotos.

Ahí es muy difícil, pero en casa, cuando preparo el desayuno del domingo, para Lidia y para mí y antes también para mis hijos, en ese momento no es ningún esfuerzo, unto las tostada, silvo un balsecito mientras el aroma del café invade la casa y yo intento imitar los detalles de cuando él nos despertaba, a veces hasta con flores para mamá.


Llegó el jueves Lidia y nuestros hijos nos acompañan, se quedan en el salón y yo me voy a fijar si está en condiciones de recibirnos, el terapeuta lo pone de pie y nos dice, -vengan conmigo, nos trasladamos lentamente y el señor de guardapolvo sienta a mi padre frente al piano, él está como siempre, casi ausente. Willi abre la tapa del instrumento, toca unas notas al azar y mi anciano padre comienza a ejecutar "Imagine", me mira y susurra, solo yo comprendo lo que dice: para vos.

Roxana




Comentarios

Entradas populares de este blog

De besos

¿Cuando?

Herida